Hoy os voy a contar una de mis
antiguas tradiciones, aunque ya hablé de ella en otra entrada. Todos los años,
desde hace muchos, muchos, el 31 de octubre y el 1 de noviembre leo Las
leyendas de Becquer, en especial El monte de las animas, que fue la primera que
leí de este autor, y también leo este poema y alguno más por el estilo, que
dejaremos para más adelante. Bueno, los que me seguís sabréis ya esto, porque
todos los años publico alguno de estos poemas un poco tétricos, dignos de este
día, en alguno de mis blogs. Las leyendas son muy largas para ponerlas
aquí, así que os dejaré este que es mi poema favorito de Becquer.
RIMA LXXIII
Cerraron sus ojos
que aún tenía
abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
y otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella
sombra
veíase a intervalos,
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor
primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo,
ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los
muertos!
De la casa, en
hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se
encontraba...,
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los
muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un
extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre
dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
reinaba el silencio,
perdido en las
sombras
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los
muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a solas me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus
huesos...!
¿Vuelve el polvo al
polvo?
¿Vuela el alma al
cielo?
¿Todo es vil materia,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no
puedo,
que al par nos
infunde
repugnancia y duelo,
al dejar tan tristes,
tan solos los
muertos.
Fuente: Rimas y leyendas, de Gustavo Adolfo Bécquer
Y cuando termino,
siempre me pregunto, ¿cómo puede alguien escribir algo tan maravilloso?
1 comentario:
Me gustó mucho, pero es tan triste… Besucones
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